domingo, 14 de septiembre de 2008

9- Leo Leyenda y la Fiesta de las Colectividades

Leo Leyenda sale al jardín, la tarde del jueves, para regar sus plantas. Nota enseguida —porque sus ojos se van solos para allí— que su vecina está asomada al muro que divide los jardines.

—¿Cómo le va, Leo? —le dice Inés, apenas Leyenda fija sus ojos en ella.

—Bien, ¿y usted?

—Bien, ¿está ocupado? ¿Qué le parece si se viene a casa a tomar unos mates? —propone Inés.

—Sí, voy enseguida —le dice Leyenda, sin dudarlo.

—Lo espero —responde la vecina, que desaparece, tragada por su jardín.

—¡Lila!, ¡Lila! —llama Leyenda a su empleada— termine de regar las plantas, que yo salgo.

—Sí, don Leo. ¿A qué hora vuelve?

—No voy a tardar mucho, voy a la casa de Inés, a tomar mate —le responde Leyenda, señalando con los ojos la casa de al lado.

—¡Me alegro, don Leo! Que le vaya bien —desea su empleada, estirando los labios en una sonrisa.

Leyenda sale de su casa y toca el timbre de la casa de la vecina. Inés llega enseguida.

—Pase, Leo, pase —lo invita ella, haciéndose a un lado.

—Gracias. Permiso.

—Está en su casa, —dice, dirigiéndose al jardín, donde tiene, sobre la mesa del jardín, los elementos preparados: el mate, con yerba y bombilla, el termo, una azucarera, varios repasadores, y bizcochos salados— cuénteme cómo estuvo la Fiesta de las Colectividades. ¿Dulce o amargo?

—Como lo tome usted. Muy hermosa, la fiesta, como siempre.

—¿Y qué vio?— Fui primero a la colectividad helénica. Allí comí mousaká, que es una especie de lasagna con berenjenas, rellena con carne; y mientras tanto vi los bailes griegos. Tienen varios grupos de bailes, chicos muy chiquitos, otros más grandes, y jóvenes más profesionales. Todos bailan muy bien. Bailaron con la música de Zorba y otras parecidas; son muy simpáticos los saltitos que dan.

—Me han contado, aquí hay dos restaurantes griegos que tienen bailes, yo nunca he ido. ¿Vio otro baile?

—Sí, el de los rusos. Las chicas lucían vestidos rojos, y los muchachos pantalones negros, con camisas azules. El baile de las chicas era muy gracioso, se balanceaban todas juntas, que parecían muñequitas. En cambio, los muchachos realizaron ese baile tan difícil que consiste en agacharse, bailar estirando las piernas, con los brazos cruzados en el pecho, o levantar los brazos, o aplaudir.

—¡Qué difícil! ¿Y había cantantes?

—Sí, también, un hombre de Abruzzo cantaba tarantelas en una lengua parecida al italiano, acompañado de otro hombre con un teclado eléctrico. Busqué a los galeses, pero no estaban. Los vecinos de ellos que sí estaban eran los irlandeses. No tenían el libro que estaba buscando, el de Lord Sapphire, pero me comí una torta de chocolate, que estaba riquísima. Los irlandeses sí que saben hacer tortas.

—¿Qué libro? —lo interrogó Inés, mientras cebaba el mate.

—“Mil y una formas…” bueno…, un libro que me recomendaron —se detuvo Leyenda, porque casi le dice que el libro era “Mil y una formas de ligar con tu vecina”.

—Usted siempre leyendo, Leyenda —le respondió Inés, que no era curiosa.

—Y sí, yo leo. ¿Y a usted cómo le fue el sábado? —le preguntó Leo, cambiando de tema.

—Muy bien, siempre es así, se pone linda la milonga. Pero el próximo sábado no canto, habrá otros cantantes, además la gente de la escuela de tango se va a bailar a la Milonga del Playón, si no llueve, claro, porque es al aire libre. ¿Quiere venir este sábado conmigo a la milonga?

—Sí, ¿y qué le parece si después comemos juntos? —se animó a decirle Leyenda, no sin esfuerzo.

—Me parece bien. Entonces, este sábado, ya sabe.

—Sí, y ahora discúlpeme, muy rico el mate, pero me voy, tengo que seguir leyendo —mientras se comía el último bizcocho.

—Claro, ¿y en qué está trabajando ahora?

—En una revista. Leo las cartas de lectores y elijo cuáles serán publicadas y respondidas.

—Parece un lindo trabajo.

—Claro, es muy lindo. Me voy, las cartas me esperan.

—Nos vemos, Leo.

—Hasta luego, Inés —dijo Leyenda, dándole un beso en la mejilla.

—Hasta luego — le sonrió Inés, que se quedó en la puerta, saludándolo con la mano, hasta que Leo entró en su casa.

A Leyenda, el corazón le bailaba un malambo.

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