sábado, 2 de agosto de 2008

7- Leo Leyenda en la milonga

El sábado, Leo se encaminó a la milonga Los guapos. Aún no había comenzado el baile. Tomó asiento en una mesa vacía. Notó que en la mesa de al lado había tres jovencitas, que bebían y cuchicheaban. Seguramente después saldrían a bailar un tango, porque vestían polleras y zapatos con tacos altos. Ninguna bailarina asomaba por la milonga con pantalones y sin los zapatos altos de rigor.Le pidió al mozo su bebida, y cuando comenzaba a beber alguien apareció en el escenario. Era la presentadora.

—¡Buenas noches! Bienvenidos a la milonga. Antes de presentarles a los músicos, quiero decir unas palabras para las muchachas que han venido, que tanto gustan del tango. —Hizo una pausa y dijo— Joven veinteañera que te estás acercando peligrosamente a los treinta años. ¿No tenés un amor? ¿No?... ¿No? ¿Y por qué no? ¡Porque no sabés elegir!

Realizó otra pausa, posiblemente para ver que reacción había causado en su auditorio.

—Seguramente te estarás preguntando, ¿qué he hecho yo estos últimos diez años para, ahora, no tener un amor? ¿Y qué has hecho? ¡Qué no has sabido ver!

—Ah, claro —escuchó Leyenda que decía una de las jovencitas de la mesa de al lado.

—Pero aquí estoy yo, para avivar gilas, es decir, para poner en tu conocimiento, joven veinteañera, el camino del amor y de la felicidad.

—Menos mal —pensó Leyenda.— El hombre que te conviene es el hombre maduro. Ideal: mayor de cincuenta años. Altamente recomendable es el divorciado o viudo, sin hijos a su cargo. También se recomienda uno separado, sin fijarse si tiene o no tiene hijos a su cargo. Pero, eso sí, no se recomienda para nada un soltero que recién salga de la casa de sus padres.

—¿No? ¿Por qué? —preguntó una de las chicas a sus compañeras de mesa.

—Porque, si no ha salido de la casa de sus padres es que tiene defectos de fabricación o falló la garantía.

—¡Con razón! —escuchó que decía la misma señorita.

—No, no, lo que aquí buscamos es madurez. El hombre maduro sabe cómo hablarte, cómo tocarte, conoce lo que sentís y lo que pensás. El hombre maduro es divertido, porque ya sabe que se puede volver de todos lados, incluso del ridículo. El hombre maduro te va a cuidar a vos como una reina. Sí, a vos, que me estás mirando con esa cara…

Leyenda se preguntó cuál sería y de quién la cara que estaba recibiendo esa respuesta.

—En esta misma milonga se han formado varias parejas; que, para eso, el tango es ideal.

—Si hay testimonios es porque es cierto, yo le creo —dijo otra de las señoritas, en voz baja.

—La señora Ana, de treinta y dos años, hace tres años que está casada con el señor Valerio, de ochenta y un años. Con él conoció el amor, la paz, la serenidad y la visión equilibrada de las cosas. Ambos concurren a esta milonga, ¡un aplauso para ellos!

Leyenda vio una joven señora de aspecto reposado, con un señor bastante mayor.

—La señorita Vilma, de veintiocho años tiene un novio, Javier, de cincuenta y siete años. Él la ha hecho tan feliz que sus amigos viven contagiados de su felicidad. Sí, sí, a la derecha, aquellos son…Una chica rubia, saludaba con una gran sonrisa.

—La señora Micaela de veintinueve años convive con el señor Roberto, también de cincuenta y siete años. Ella confiesa que nunca se había divertido tanto con alguien. Sí, ésos, los que saludan ahora.

Otra pareja saludaba, él, con mucho entusiasmo; ella, con bastante timidez.

—Así que, joven veinteañera, amiga mía, mirá para arriba, no para abajo, y vas a ver que la felicidad te abrazará y no te soltará más. ¡Y ahora sí!, —cambió el tono— les voy a presentar a Inés del Río, “la milonguera”, nuestra cantante, que les va a interpretar, su tango La remera rosada, una bonita prenda para esta primavera; con el acompañamiento de Las tres guitarras cantoras ¡Un fuerte aplauso para ellos!

Los músicos comenzaron con los primeros acordes, se escuchó el tango:

Prenda que fue en otros tiempos,
una remera rosada,
hoy está tan apagada
que no la salva ni el Woolite.

Frente al río Paraná,
me cantaste aquella tarde,
sin hacer ningún alarde,
con tu alma de cantor.
Me entonaste dulcemente,

al ver prenda desteñida,
más suelta, no tan ceñida,
como gorro de albañil.

Me fijé que mi remera,
ya no era tan rosada.
Sea una moda pasada,
es mi deseo de hoy.
Y sólo espero que pase,

esta moda este año,
porque me hace mucho daño,
verla tan caída hoy.
Por eso, digo muy claro,

que en esta primavera,
sea moda pasajera,
el rosa no se use más.


—Gracias, gracias —dijo Inés del Río, su vecina y cantante, agradeciendo los aplausos. Y salió.

—¡Otra!, ¡otra! —pidió el público, sin obtener respuesta.

Enseguida comenzó el baile. Los bailarines no se hicieron esperar. Distinguió a la presentadora, que bailaba con un señor mayor, vestido con un traje a rayas, pañuelo al cuello y zapatos de dos colores. Leyenda pensó que él no era un señor mayor de cincuenta años, como recomendaba la presentadora, pero sí era un respetado lector, con treinta años de experiencia en la lectura, aunque contara con treinta y siete.

Terminó su bebida, se levantó, fue hasta el comienzo de la pista. Miró a una de las jóvenes vecinas de mesa. Le hizo una seña con la cabeza. Ella asintió y se levantó.

—¿Venís siempre a esta milonga? —le preguntó Leyenda.

—Sí, porque yo aprendo a bailar aquí, ¿y vos?

—No, yo ya sé bailar, y es la primera vez que vengo. Me invitó mi vecina, la cantante —le contó Leyenda.

—¿Inés es vecina tuya? Yo también vivo cerca. Claro, vos me parecés conocido. ¿Cómo te llamás?

—Leo Leyenda.

—Ah, claro, el lector. Sí, leí un reportaje que te hicieron. Y también publicaron un libro sobre vos, me dijo mi mamá.

—Sí, así es —dijo Leyenda, sencillamente.

—¿Es verdad que tus plantas escriben?

—Sí, es cierto.

—A mí una vez me regalaron una planta, pero se me secó, así que nunca pude saber si hablaba o no hablaba.

—Qué raro. A mí nunca me pasó eso.

—Vos sabrás cuidar las plantas mejor que yo —le dijo la chica.

Pasaron tres tangos. Leyenda acompañó a la chica a su mesa. Advirtió que su vecina estaba sola, mirando hacia la pista, y la invitó a bailar.

—¿Y qué me dice? ¿Le gusta la milonga? —le preguntó ella.

—Sí, viene mucha gente, se ve —respondió Leyenda, mirando para los costados disimuladamente.

—Sí, vienen los alumnos de esta milonga, porque acá se enseña a bailar, y también gente que viene a bailar, o a tomar algo, o a escucharme a mí y a otros músicos. Hay actividades para todos los gustos. Ésa —dijo Inés, señalando con la cabeza a una joven que bailaba con mucha seguridad y elegancia—, es la profesora de tango. Aquel jovencito, el que baila con la chica de pollera fucsia, es el profesor.

—Bailan bien.

—Sí, pero fíjese en aquel señor, el del pantalón de vestir azul, camisa blanca, ¡cómo se nota que lo ha aprendido desde chico, en las verdaderas milongas, si parece que caminara abrazado a una mujer!

Leo observó que, indudablemente, esa milonga se llamaba Los guapos, porque las damas hacían un culto de “los guapos”, o de los hombres mayores que bailaban bien. Un lugar donde la experiencia de la vida, y la experiencia en el baile, eran recompensadas con admiración. No era un mal lugar para entablar conocimientos humanos. Mientras bailaba con su compañera pensaba que si ya no cantaba más, la invitaría a cenar, y la acompañaría a su casa.

Pensó que no estaba nada mal para su primera incursión en la milonga.

2 comentarios:

Vane dijo...

la "milonga del gatito", y el tango de la "remera rosa", son de la misma autora?
Escribis de todo!!!
Ahora, un poco triste el final del pobre gato, no? Decile a Inés, que se podría haber escapado el gato...

Bueno, cuando termines Leo Leyenda, lo voy a imprimir para la próxima feria de lectura del colegio de los nenes (se hace todos los años) si me das permiso...

Mariela Torres dijo...

Sí, la milonga del gatito y le remera rosada son de Inés. La milonga del gatito está inspirada en un cuento mío: http://movimientosbreves.blogspot.com/2008/01/el-gato.html, y es una historia real como todo lo que está publicado en Movimientos breves rosarinos, a pesar de las cosas increíbles, son todas verdad.

Claro, cuando termine Leo Leyenda te lo podés llevar para leer en la feria de lectura del colegio. Sería hermoso para mí. Yo escribo para que me lean.

Besos.