jueves, 18 de septiembre de 2008

10- Leo Leyenda, milonga y pizza



El sábado Leo se vistió con una camisa a rayas, un pantalón negro y los zapatos negros bien lustrados. Pasó a buscar a su vecina Inés, y juntos se fueron, en taxi, al Centro Cultural Bernardino Rivadavia, en cuya explanada se realizaba la milonga del playón. Al bajar del taxi, Leo miró a Inés y la encontró deslumbrante, con un vestido negro, arriba de las rodillas, zapatos rojos y un pañuelo rojo al cuello. Llegó a sentir que nunca la había visto tan hermosa.

La milonga estaba llena de gente. Algunos estaban sentados sobre las escalinatas del Centro Cultural, mirando hacia la pista. Otros habían llevado sillones plegables de sus casas. Otros más, miraban hacia la pista, cómodamente sentados en las mesas del bar, al lado del playón. Era una plaza seca, es decir, sin césped, ni árboles, sobre la cual se encontraban el Centro Cultural y el bar. Mientras Leo miraba para todos lados, Inés saludaba amigos, compañeros de la milonga donde ella cantaba.

—Hola, Eugenia —saludó Inés a una amiga.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien, te presento a Leo. Es Leo Leyenda, el lector —Leyenda la saludó con un movimiento de cabeza.

—Mucho gusto. Discúlpenme, recién llegué y me voy a poner los zapatos —les dijo la amiga.

—Bueno, nos vemos —la saludó Inés.

Muchas bailarinas se ponían los zapatos en el mismo baile, quizás para cuidarlos, o porque suelen tener tacos más altos de los que usan habitualmente.

La música había comenzado, y algunas parejas ya estaban bailando cuando Leo e Inés salieron a la pista.

Inés no podía dejar de hablar. Le contaba a Leo todas las historias de los bailarines y sus parejas. Indudablemente conocía ese ambiente, donde se manejaba perfectamente.

—Aquella mujer, la atractiva, la pelirroja del vestido dorado, siempre es así, muy llamativa. Va a la milonga, a la nuestra, las compañeras no la quieren; tal vez le tengan envidia o miedo.

Leo la miró, más o menos discretamente.

—Aquella pareja, los viejitos, esos siempre vienen, ¡fijate qué bien bailan! Tranquilos, no los apura nadie, concentrados, enamorados.

Leo miró a los viejitos señalados y vio pasar una pareja formada por dos chicas, bailaban bien. Cuando volvió a mirar las chicas tenían otra ropa. Buscó con los ojos, eran dos parejas de chicas. Seguramente faltaban hombres en las milongas, por eso las chicas bailaban juntas. También había mujeres paradas, o sentadas, esperando su turno.

También ellos se sentaron cuando comenzaron las cumbias y ritmos latinos. Algunos salieron a bailar. En algunas milongas se acostumbraba bailarlos; en otros lugares, eran una cortina musical para tomarse un descanso.

—¡No me vas a creer lo que me pasó! —decía una mujer a su amiga, sentadas al lado de ellos.

—¿Qué te pasó?

—Me quiso sacar a bailar una chica.

—¿Una chica?

—Sí, yo le dije que no. Me dijo que ella sabía hace la parte del varón, pero no, no, ¿cómo voy a bailar con una chica?

—¿Y qué hizo?

—La vi bailando con otra.

—Habrá aprendido la parte del varón, porque hay pocos hombres; sino no baila nunca.

—Puede ser, pero conmigo no.

Leo e Inés bailaron algunos tangos más.

—¿Tenés hambre ya? ¿Qué te parece si vamos a comer? —le preguntó Leyenda.

—Sí, vayamos, ¿adónde?

—Aquí mismo, así si queremos volver a bailar, estamos cerca.

—Me parece bien —le respondió Inés.

Pidieron una pizza especial, es decir, con salsa de tomate, queso, jamón cocido, huevo picado, morrones y aceitunas, y un vino tinto.

—A mi ex novio no le gustaba el tango, no lo sabía bailar, y rara vez me iba a escuchar a la milonga —le dijo Inés, al terminar su última porción de pizza.

—¿Qué le gustaba? —le preguntó Leo, sinceramente; mientras pensaba: me habla del ex novio, ¿esto es bueno o malo? Creo que es bueno. Me parece que leí que las mujeres suelen hablar de sus ex novios con el hombre que les interesa, para que aprendan los errores que no hay que cometer con ellas.

—El rock, el rock sinfónico, Kiss, Queen, los guitarristas solistas de rock. Tampoco le gustaban las milongas que escribí yo.

—A mí sí me gustan tus milongas, Inés —se apresuró a contestar Leyenda, mientras le acariciaba una mano.

—Gracias —le sonrió ella.

— ¿Seguimos bailando? ¿Nos vamos? —preguntó, solícito, Leo, un poco temeroso de la última escena entre ellos.

—Bailemos un rato más. Me gusta cómo bailás vos.

—A mí también me gusta cómo bailás vos. —contestó Leyenda— ¿Te puedo dar un beso?

—Sí —dijo ella, ofreciendo sus labios.

A Leyenda le pareció que flotaba en una nube. La abrazó dulcemente, bailaron otro rato, y se fueron juntos. Él la acompañó hasta la puerta de la casa, y se volvieron a besar. Se fue a dormir, soñando con ella. Soñaba que bailaban un tango, y eran felices para siempre. Leo ya era muy feliz, y no podía pensar en otra cosa.

2 comentarios:

tia elsa dijo...

Que linda historia, la seguiré leyendo, besos tia Elsa.

Anónimo dijo...

Hola Mariela. Espero estes bien. Al fin me reencuentro con mi amigo Leo leyenda. Hasta aqui ya había llegado pero es bueno recordar toda la historia. Estuve un poco alejada pero ahora espero poder seguir la historia. Un beso grande y mi cariño para vos. Y Feliz Primavera junto a mis saludos para Athos.